Murió Cangrejo, alma de Seguridad Nacional: el punk venezolano pierde a su arquitecto

Murió Cangrejo, alma de Seguridad Nacional: el punk venezolano pierde a su arquitecto

El adiós de Abraham García no es solo la pérdida de un músico: es la caída de un pilar del sonido rebelde latinoamericano.

La noticia de su fallecimiento llegó como llegan las cosas importantes: sin estruendo, pero con el peso de un silencio que se expande. Desde la serena geografía andina de Mérida se propagó la palabra: murió Abraham “Cangrejo” García, el motor rítmico y alma disidente de una generación. Se fue a los 70 años. La conmoción se convirtió en marea digital, un torrente de lamentos y homenajes que confirmó cómo la estela de un rebelde de la vieja guardia seguía vibrando en la memoria colectiva del siglo XXI.

En una de esas coincidencias que la realidad reserva a sus figuras más mitológicas, “Cangrejo” partió el mismo día que Ozzy Osbourne. El paralelismo es más que anecdótico: es un eco cósmico que coloca a García, héroe del underground caraqueño, en la misma conversación que los inmortales del rock global. Su muerte no fue solo la desaparición de un músico, sino el cierre de un capítulo: el punto final de una biografía escrita con baquetas, distorsión y una honestidad brutal.

Inmediatamente se evocaron los pilares de su legado: su pulso rítmico en Seguridad Nacional, su aporte determinante en Dermis Tatú y su participación en la gestación de himnos oscuros como “Uñas asesinas” y “Vampiro” —firmados por Yatu, pero prendidos fuego por la batería de Cangrejo—. Canciones que, paradójicamente, alcanzaron la masividad en la voz de otros.

Hay una poética inevitable en el lugar de su despedida. El hombre forjado en el caos urbano de Caracas —epicentro del punk venezolano de los ochenta— encontró su final en la quietud montañosa de Mérida. Ese contraste geográfico es, en sí mismo, una metáfora: del ruido exterior a una paz interior, del caos explícito al orden implícito que él mismo defendía como filosofía vital.

García fue más que un músico. Fue artista plástico, filósofo del desorden, compositor en la sombra y arquitecto de la contracultura. Su arte no cabía en etiquetas: lo mismo dibujaba compulsivamente que golpeaba cojines como batería autodidacta. Su obra, nutrida tanto de Los Panchos como de los Sex Pistols, absorbía la tradición para regurgitarla como provocación.

En Seguridad Nacional, dejó un legado que sigue ardiendo: “ruido organizado” como forma de resistencia, como verdad incómoda. Su posterior alianza con Cayayo Troconis y Dermis Tatú terminó de sellar su rol como puente entre la furia de los ochenta y la sofisticación de los noventa. Su figura fue la trinchera donde el rock venezolano construyó su conciencia.

Más allá del escenario, “Cangrejo” dejó un manifiesto vital sin concesiones. Su devoción por la “santísima trinidad” —sexo, drogas y rock and roll— no fue una pose, sino un credo existencial. Y aun así, su objetivo era otro: provocar una ruptura en la percepción del oyente, un cortocircuito que condujera, aunque sea por segundos, a la libertad interior.

La despedida, como era de esperarse, no fue convencional. Desde mi perfil en Instagram quise rendirle homenaje a “Cangrejo” con un video que mezcla imágenes de archivo y fragmentos de su entierro en Mérida, intervenidos con herramientas de inteligencia artificial. El resultado es una pieza que conecta el pasado icónico con el presente solemne, un puente entre lo que fue y lo que aún vibra. No se trata de congelar su legado, sino de mostrar cómo sigue mutando, como una resonancia subterránea que atraviesa —todavía— la cultura contemporánea.

Abraham “Cangrejo” García no fue un personaje decorativo del rock venezolano. Fue su columna vertebral. Su vida fue ruido con propósito. Y ahora que el eco se multiplica en cada rincón del recuerdo, solo queda rendir homenaje al caos que nos organizó.

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Este artículo es un contenido de NoEsFm

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