El genio nordestino que desbordó etiquetas, grabó con Miles Davis en “Live-Evil” y transformó lo cotidiano en oro sonoro deja un legado inagotable, abierto a nuevas generaciones.
A los 89 años, en Brasil, muere Hermeto Pascoal, arropado por familia y músicos. Se extingue una mente ferozmente libre que atravesó los siglos XX y XXI. Criado en la Alagoas sin electricidad, albino y febril de curiosidad, aprendió el acordeón del padre, entrenó el oído con los pájaros y transformó el mundo en un arsenal acústico. Su melena blanca y su barba de fauno quedaron como estandarte de una fe en el sonido sin fronteras.
Su ascenso fue un torbellino: de Recife a Río y São Paulo, del Sambrasa Trio a Trio Novo y Quarteto Novo, y de ahí a grabaciones decisivas junto a Elis Regina, Edu Lobo y César Camargo Mariano. Con Airto Moreira voló a Estados Unidos y terminó en “Live-Evil” (1971) con Miles Davis, quien —según se ha contado— lo definió como “el músico más impresionante del mundo”. En solitario, firmó experimentos de pura alquimia como “Slaves Mass” (1977), donde hizo cantar a un lechón entre chorinho, samba, jazz y vanguardia. Hermeto rechazaba etiquetas: su música era viva, líquida, irreductible.
Cinco anécdotas mágicas y excéntricas
1. El niño que hablaba con los pájaros
En la Alagoas rural de los 40, Hermeto, aún pequeño y albino, se refugiaba del sol implacable en la penumbra del hogar. Allí comenzó a fabricar instrumentos con lo que hubiera a mano: hacía chocar metales en la herrería del abuelo, perforaba frutos para inventarse flautas y jugaba con el goteo del agua como si fuera un metrónomo natural. Ese laboratorio doméstico fue su primer conservatorio.
A los ocho años descubrió que podía imitar el canto de las aves… y que las aves le respondían. Al amanecer, vecinos curiosos presenciaban el diálogo: Hermeto soplaba sus flautas caseras y los árboles contestaban con trinos. De esas “conversaciones” nació su dogma íntimo: todo sonido —un pájaro, un cubo de chatarra, una corriente de agua— puede ser música si se lo escucha con el corazón abierto.
2. El día que Hermeto noqueó a Miles Davis
Principios de los 70. Hermeto llega a la casa de Miles Davis en Nueva York para una colaboración y se topa con un ring de boxeo. Miles, fanático del guante, propone un sparring amistoso. El brasileño acepta con una sonrisa torcida y una mirada impredecible; su sentido del ritmo, literalmente, se sube a los puños.
La escena se volvió leyenda: pasos sincopados, fintas como riffs y un golpe sorpresivo que dejó a Miles en la lona por un instante, entre risas y aplausos incrédulos. Desde entonces, el trompetista lo bautizó “el albino loco” y —más allá del chiste— lo celebró como “el músico más impresionante del mundo”. La amistad siguió por los cauces naturales: improvisación, riesgo y respeto mutuo.
3. La sinfonía sumergida en la laguna
A finales de los 70, Hermeto llevó a su grupo a grabar al borde de una laguna. Empuñó una flauta de carrizo y empezó a tocar sumergiendo parcialmente el instrumento, dejando que el agua moldeara el timbre. Cada inmersión cambiaba el tono: gárgaras, armónicos líquidos, un lamento vegetal que parecía nacer del propio espejo de agua.
A su alrededor, los músicos afinaban botellas con diferentes niveles de agua y soplaban creando acordes corales. Burbujeos rítmicos, notas largas, chapoteos en compás: “Música da Lagoa” transformó el paisaje en orquesta. Más que un truco, era una declaración estética: la naturaleza no es ruido de fondo, es instrumentista principal cuando uno se atreve a escucharla.
4. La sinfonía de los cerdos
En pleno proceso de “Slaves Mass” (1977), Hermeto decidió sumar dos cochinitos a “Missa dos Escravos”. Técnicos corriendo, carcajadas nerviosas, micrófonos a la altura del hocico: por un rato el estudio fue un corral. Hermeto “tocó” a los cerdos con cariño, provocando gruñidos que encajó en el pulso de la pieza como una línea de bajo primitiva.
El resultado, lejos del chiste, fue hipnótico: los gruñidos dialogaban con teclados y percusión, y la textura final tenía algo de rito ancestral y de happening futurista. La crítica se quedó perpleja, y con razón: ¿quién más podía convertir una granja en una sección rítmica sin perder musicalidad? Para Hermeto era obvio: la música está en todas partes, incluso en la sonrisa y el gruñir de un animal.
5. Carnaval nocturno en la Avenida Corrientes
Buenos Aires, 1979. Tras un concierto maratónico en Obras Sanitarias, alguien corta luz y sonido para frenar el show. Cualquier otro artista se habría retirado entre quejas. Hermeto, en cambio, se colgó el acordeón y siguió tocando en la oscuridad, bajó a la platea y caminó hacia la salida con el público como procesión.
Ya en la calle, la Avenida Corrientes se convirtió en comparsa a las tres de la mañana: palmas, coros espontáneos, vecinos en los balcones, la ciudad asombrada. El brujo nordestino transformó la censura en carnaval libertario. Fue un manifiesto sin micrófono: la música, cuando es verdadera, no se apaga con un interruptor; encuentra otra avenida por donde seguir sonando.
La noticia sobre la muerte de Hermeto Pascoal no clausura su obra: la abre de nuevo, como una puerta que conduce a escuchar el mundo con otros oídos. Desde el canto de un pájaro hasta el borboteo de una laguna, desde un ring de boxeo hasta la noche porteña, su legado nos recuerda que la libertad sonora es una ética, un juego y una fe.
Muere Hermeto Pascoal Muere Hermeto Pascoal
Este artículo es un contenido de NoEsFm
