“Sueño Stereo” cumple 30: el viaje onírico que consagró a Soda Stereo

“Sueño Stereo” cumple 30: el viaje onírico que consagró a Soda Stereo

A 30 años de su lanzamiento, exploramos la historia íntima de “Sueño Stereo”.

En el aire de 1995 flotaba una extraña estática. El rock alternativo anglosajón, con el grunge aún lamiéndose las heridas tras la muerte de Kurt Cobain y el britpop en plena efervescencia, dictaba el pulso global. En Latinoamérica, una bestia pop de tres cabezas, se erigía como un monolito incontestable, el faro que había guiado a una generación entera fuera de los confines del rock local para llevarlo a una escala continental. Sin embargo, ese gigante vivía una paradoja: una banda en la cúspide de su influencia y, al mismo tiempo, al borde del colapso interno. Estaban, como confesaría Gustavo Cerati, ‘muy alejados, personalmente y también musicalmente’. En ese contexto de tensiones creativas y desgaste emocional, comenzaba a gestarse “Sueño Stereo”, el álbum que encapsularía tanto la madurez como la ruptura de Soda Stereo.

El disco planteaba desde su título una pregunta que era, al mismo tiempo, una utopía romántica y una prueba de supervivencia para el trío: “¿Se puede soñar en estéreo?”. ¿Podían tres voluntades, tres universos sonoros que comenzaban a orbitar en trayectorias divergentes, unirse en un último acto de creación compartida?

Fue en este crisol de distancia, agotamiento y una inminente sensación de final donde nació “Sueño Stereo”, el séptimo y último álbum de estudio de Soda Stereo. La fecha oficial de publicación en Argentina fue el 21 de junio de 1995 —día en que la placa llegó a disquerías y comenzó a rotar en la radio—, aunque muchas fuentes internacionales listan el 29 de junio, ya que fue entonces cuando se completó la distribución fuera del país y se emitió el comunicado de prensa global. Esta doble datación explica la confusión habitual entre ambas fechas.

Casi tres décadas después, la respuesta resuena con una claridad monumental. “Sueño Stereo” no es el registro de una banda desmoronándose; es el sonido de un organismo encontrando una forma de cohesión más profunda, elegante y, en última instancia, definitiva. Es una obra maestra concebida no a pesar de las fracturas, sino gracias a ellas. El agotamiento profesional, las crisis personales y una tragedia devastadora despojaron al grupo de las presiones del estrellato y los obligaron a reconectar en un plano puramente humano y musical. Fue un experimento forjado en la necesidad, ‘el deseo de ver si el equipo seguía funcionando’. Y funcionó. Vaya si funcionó. Esta es la historia íntima del último sueño de Soda Stereo, un adiós que se convirtió en un disco eterno.

Estática en el aire: la tensión y la tragedia antes del sueño

El camino hacia “Sueño Stereo” no fue una línea recta, sino un laberinto de pausas, desvíos y silencios. Tras la vorágine de “Dynamo” (1992), un álbum sónicamente abrasivo y adelantado a su tiempo que desconcertó a parte de su público y a su discográfica, la maquinaria de Soda Stereo necesitaba detenerse. La fricción interna era palpable. Gustavo Cerati, el principal motor creativo, sentía el peso de la estructura de la banda como ‘una prisión artística y laboral’. En un acto de autopreservación, abandonó la gira en México y se refugió en Chile junto a su entonces esposa, la artista Cecilia Amenábar, para vivir el embarazo de su primer hijo, Benito.

El exilio de Cerati y la semilla de “Amor Amarillo”

Ese exilio voluntario fue fundamental. Lejos del monstruo de estadios que era Soda, Cerati se sumergió en un proceso de creación más íntimo y doméstico. El resultado fue “Amor Amarillo” (1993), su primer álbum solista formal. Este disco no fue una traición a la banda, sino un laboratorio necesario. ‘Hagamos esto primero y después nos metemos a trabajar un disco de cero nosotros’, le propuso Cerati a Zeta Bosio, quien viajó a Chile para coproducir el álbum.

“Amor Amarillo” fue la piedra de Rosetta de Sueño Stereo. En él, Cerati exploró texturas electrónicas, atmósferas etéreas y una vulnerabilidad lírica que la escala épica de Soda no siempre permitía. La coproducción de Zeta aseguró que este nuevo lenguaje sonoro fuera compartido. No era ya solo el universo de Gustavo; era un terreno que ambos conocían y en el que se sentían cómodos. Cuando se reunieron para darle forma a lo que sería el nuevo material de Soda, no partían de la distorsión shoegaze de “Dynamo”, sino de la sofisticada calidez de “Amor Amarillo”. Este álbum se convirtió así en el puente indispensable entre el pasado ruidoso de la banda y el futuro elegante que Cerati ya vislumbraba para su propia obra, con “Bocanada” (1999) en el horizonte.

El golpe inimaginable

Los planes de reunirse en 1994 se vieron truncados de la manera más brutal posible. En julio de ese año, un trágico accidente automovilístico le arrebató la vida a Tobías, el hijo menor de Zeta Bosio, y dejó a su hijo mayor, Simón, con graves heridas. El golpe fue devastador y suspendió indefinidamente cualquier proyecto musical. ‘Nunca pensé en dejar de tocar, pero tampoco sabía cuándo volvería a hacerlo. Yo corría el gran riesgo de vivir deprimido y me costaba mucho insertarme nuevamente en la vida social’, confesaría Zeta años después.

Este evento redefinió por completo el propósito de la reunión de Soda Stereo. Ya no se trataba de un contrato discográfico o de las expectativas del público. Se convirtió en un acto de contención, un salvavidas. Volver al estudio fue, en cierto modo, una terapia, un espacio seguro donde el lenguaje que mejor dominaban —la música— podía servir como bálsamo y vehículo para procesar el dolor. Como lo resumió una fuente cercana, ‘Gustavo hizo la segunda [voz de aliento] para que Zeta [pudiera seguir]’. La banda se reagrupó no por obligación, sino por una profunda necesidad humana, y esa gravedad emocional impregnaría cada nota del disco que estaban a punto de crear.

La arquitectura del sonido: de Supersónico a Matrix

Cuando finalmente Soda Stereo ingresó a grabar en 1994, el ambiente era distinto. La tragedia los había anclado en una nueva realidad, y el proceso creativo reflejó esa madurez forzosa. Se instalaron en los estudios Supersónico de Buenos Aires, propiedad de la banda, y comenzaron un trabajo metódico pero, a la vez, liberador.

Buenos Aires – la gestación en Supersónico

Las sesiones en Buenos Aires se caracterizaron por largas improvisaciones. En lugar de llegar con canciones terminadas, la banda se dedicó a tocar, grabar y escuchar, buscando chispas de magia en extensas zapadas. ‘Eran sesiones muy largas, de improvisar, improvisar mucho y grabar, y después tratar de rescatar algo’, recordaba Zeta. El ejemplo más claro de este método es “Disco Eterno”. La canción nació de los últimos cinco minutos de una improvisación de 17 minutos; al ensayo siguiente, en lugar de repetir la jam completa, partieron de ese fragmento final y lo convirtieron en la pieza que conocemos.

El ingeniero Eduardo Bergallo fue una figura clave en esta etapa. Técnicamente, trabajaron con un sistema de hasta cuatro máquinas sincronizadas que les daba un total de 32 canales, una configuración avanzada para la época que luego sería transferida a cinta analógica en Londres. Pero su aporte fue más allá de lo técnico. Bergallo los impulsó a buscar un sonido más orgánico, especialmente en la batería de Charly Alberti. ‘En este disco le dije: Che, ¿por qué no vamos a buscar el sonido de la batería real?’, comentó Bergallo, aprovechando la pared de ladrillos del estudio para capturar un ambiente más vivo y acústico.

La banda misma adoptó una filosofía de producción que Cerati definió como ‘sustractiva’. La meta era clara: ‘Es mejor para nosotros tener una sustancia pop intacta y no recurrir a un estribillo heroico para hacerlo. ¡Eso ya lo hicimos!’, explicó Gustavo en la conferencia de prensa del álbum. Se trataba de meterse en la esencia de las canciones, de priorizar la emoción sobre la fórmula.

Londres – el barniz final en Matrix Studios

Con el grueso del material grabado, la banda viajó a Londres para la etapa final: grabar voces, agregar algunas percusiones y, crucialmente, mezclar el álbum. La elección del estudio no fue casual. Optaron por Matrix Studios, un lugar under y ‘bastante hecho mierda’ ubicado en el sótano de un pub, pero con un pedigrí impecable: por allí habían pasado The Smiths, Björk, Massive Attack y The Cure. La decisión reflejaba una búsqueda de autenticidad y de un sonido con carácter, alejado de los asépticos estudios de lujo.

Allí trabajaron con Clive Goddard, un joven ingeniero británico que fue fundamental para darle al disco su sonoridad cristalina, elegante y con una innegable pátina británica, en sintonía con las influencias de la época. Para Zeta, el viaje fue un paso difícil pero sanador. ‘Yo todavía estaba muy sensible… Pero fue muy lindo. Siempre las experiencias de los discos tienen que tener esa parte para mí’, admitió. Fue en ese sótano londinense, sin luz natural, donde el último sueño de Soda Stereo adquirió su brillo definitivo.

Anatomía de un baño cerebral

Sueño Stereo es un álbum de una consistencia notable, pero cuatro de sus canciones se erigieron como pilares que definieron su sonido y su éxito, cada una con una historia particular que revela las dinámicas internas de la banda en su etapa final.

“Ella usó mi cabeza como un revólver”: el disparo inesperado

Contrario a lo que podría pensarse, el primer sencillo no fue una elección obvia. La discográfica y parte del entorno de la banda apostaban por la energía pop de “Paseando por Roma” como el hit seguro. Sin embargo, Gustavo Cerati insistió en “Ella usó mi cabeza como un revólver”, una pieza de atmósfera densa y melancólica. ‘Nadie daba dos mangos al principio. Pero cuando Gustavo le puso la letra, cambió todo. El tema se puso tremendo’, recordó el ingeniero Eduardo Bergallo. La frase titular, una de las más icónicas de Cerati, estaba directamente inspirada en una línea de la canción “Jeepster” de T. Rex.

Por su parte, la versión Unplugged de 1996 arrancaba con una guitarra estruendosa que recuerda claramente a un fragmento de la introducción de “Marine 475 Coda”, pieza instrumental de King Crimson, pioneros del rock progresivo británico. Otra evidencia de que la escena prog de los 70 fue un gran punto de referencia para Cerati a la hora de construir sus canciones.

El videoclip, dirigido por Stanley en Santiago de Chile, se convirtió en un hito, ganando el Premio MTV de la Gente en 1996, un reconocimiento que validaba la apuesta artística de la banda en el naciente universo del video musical latinoamericano.

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“Zoom”: el hit evidente y su profundidad oculta

Si “Ella usó…” fue la sorpresa, “Zoom” era el éxito esperando a suceder. Con su ritmo contagioso y su melodía irresistible, era la canción más radial del disco. Musicalmente, es una lección de pop inteligente. El bombo y el rasgueo de guitarra del inicio están tomados de “New York Groove”, canción escrita por Russ Ballard y grabada primero por Hello en 1975; la versión de 1978 de Ace Frehley (KISS) popularizó el tema, pero todo indica que Cerati se inspiró en la grabación original de Hello, cuyo parecido instrumental va más allá de esas percusiones iniciales.

Bajo su superficie bailable, la letra esconde una de las exploraciones más directas de Cerati sobre la seducción, el voyeurismo y la pornografía. Inspirado por un libro que planteaba que lo explícito mata la sensualidad, Gustavo jugó con esa idea en versos como ‘pruébame y verás que todos somos adictos a estos juegos de artificio’. El videoclip oficial, filmado en el Planetario de Buenos Aires, materializó este concepto de forma lúdica: convocó a decenas de fans adolescentes para que se besaran ante las cámaras, creando una celebración de la intimidad en el espacio público.

“Paseando por Roma”: el homenaje británico

Esta canción es la conexión más directa del álbum con la escena del britpop que dominaba el Reino Unido en 1995. Es, sobre todo, un claro homenaje al sonido de The Beatles, una influencia constante en la carrera de Soda. La línea de bajo de Zeta tiene ecos del “Taxman” de George Harrison, mientras que los arreglos de vientos remiten inequívocamente a “Got to get you into my life” de Paul McCartney.²⁸ La anécdota más famosa de la canción pertenece a su versión en vivo: el audio que se escucha en el álbum y DVD de “El Último Concierto” no es el de la despedida en el estadio de River Plate, sino el de un show en Chile. La edición se realizó para corregir una performance y se disimuló hábilmente en el video, un pequeño secreto que los fans más devotos descubrieron con el tiempo.

“Efecto Doppler”: el pulso post‑punk

El post‑punk inglés fue una influencia decisiva para Soda Stereo en los 90. Para abrir “Efecto Doppler”, Cerati tomó la línea de percusión con la que empieza “All My Colours” de Echo & The Bunnymen —exponentes mayores del género en los 80— y la convirtió en el cimiento rítmico de una de las últimas canciones que grabaría con Soda. El guiño resume cómo la banda integró sus referentes británicos en un contexto latinoamericano sin perder identidad.

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Los fantasmas del Unplugged: las canciones descartadas

La riqueza creativa de las sesiones de “Sueño Stereo” fue tal que varias canciones quedaron fuera del corte final, y es allí donde Soda Stereo, en pleno proceso de exploración sonora, tomó decisiones que siguen generando debate. Temas como “Planeador”, “Sonoman”, “Coral” y “Superstar” fueron archivados, pero no por mucho tiempo. Reaparecieron en 1996 como los tracks de estudio que complementaban el álbum en vivo Comfort y música para volar, el registro de su icónico unplugged para MTV. La existencia de estas cuatro canciones es la prueba más contundente del plan original de la banda: concebir “Sueño Stereo” como un álbum doble, con un disco de canciones y otro de corte más ambiental. La negativa de la compañía discográfica los obligó a condensar su visión, pero estas gemas perdidas revelan la profundidad del universo que estaban explorando. Dejar fuera “Planeador”, una pieza de pop psicodélico de altísima factura, es considerado por algunos críticos como “uno de los grandes errores en la historia de la banda”.

La suite onírica: el viaje final de “Crema de estrellas” a “Moiré”

El tramo final de “Sueño Stereo” es su declaración artística más audaz y profética. En un acto de desafío a las convenciones comerciales y a las directrices de su discográfica, la banda decidió enlazar las últimas cuatro canciones —”Crema de estrellas”, “Planta”, “X‑Playo” y “Moiré”— en una suite ininterrumpida de casi 18 minutos. Este viaje sónico es el corazón conceptual del álbum, un espacio donde la banda se permitió explorar sin ataduras los territorios del rock progresivo, la música ambient y la electrónica experimental, influenciados por artistas de vanguardia de la época como Aphex Twin y The Orb, a quienes Zeta escuchaba con atención.

El viaje comienza con “Crema de estrellas”, una puerta de entrada etérea y ensoñadora. Con la voz de Cerati flotando sobre un colchón de piano Rhodes y texturas espaciales, la canción establece un tono de ficción cósmica, invitando al oyente a una ‘inmensa quietud’. De allí, la suite se desliza hacia “Planta”,  una de las piezas más complejas y emocionalmente resonantes del disco. Su letra, que habla de la necesidad de anclaje (‘Nesecito hoy tener amarrados los pies’) mientras se anhela la trascendencia (‘aún tengo el sol para besar tu sombra’), tiene raíces profundas. Se dice que la canción nació en las sesiones de “Amor Amarillo” y que fue inspirada por la experiencia de un amigo en recuperación, lo que le otorga una capa de vulnerabilidad y sinceridad conmovedora.

El centro de la suite es “X-Playo”, el momento más radicalmente experimental del álbum. Es una pieza puramente instrumental y ambiental, construida a partir de guitarras tratadas con efectos especiales, un ‘juego’ sonoro, como lo describió alguna vez Cerati. Este track es el vestigio más claro del abandonado disco ambient y funciona como un puente hipnótico hacia el final.

La conclusión llega con Moiré, que reincorpora la voz de Cerati y a la banda en pleno, fusionando la atmósfera ambient con el rock experimental. El título mismo es una metáfora perfecta: el efecto moiré es un patrón de interferencia visual que se crea al superponer dos tramas. De igual manera, la canción —y el disco entero— es el resultado de la superposición de tres visiones musicales, creando una textura nueva, compleja y a veces disonante, pero siempre fascinante.

Esta suite final es mucho más que un simple capricho artístico. Es el sonido de una transición. En sus paisajes sonoros, sus estructuras progresivas y su abrazo a la electrónica, se puede escuchar el ADN de lo que vendría después. Es el último acto creativo de Soda Stereo como trío, pero también es el prólogo de la carrera solista de Gustavo Cerati. Es el punto exacto donde la banda se disuelve en el éter para dar paso al genio individual de su principal arquitecto. El último sueño de Soda Stereo no termina con un punto final, sino con una elipsis que apunta directamente a “Bocanada”.

La Tapa del Sueño: Simbolismo y Significado Visual

La portada de “Sueño Stereo” es tan icónica y conceptualmente rica como la música que contiene. Diseñada por Alejandro Ros —una figura clave en el diseño gráfico del rock argentino— y Gabriela Malerba, la imagen es una representación visual directa y brillante del acto de creación musical.

El concepto central es una metáfora biológica de la música. Vemos tres óvulos, representados por parlantes de equipo de audio, siendo fecundados por una miríada de espermatozoides con forma de auriculares. La interpretación es clara y poderosa: los auriculares simbolizan la idea musical, la chispa individual e interna que nace en la mente del creador. Los tres parlantes son los tres miembros de la banda —Cerati, Bosio, Alberti—, los recipientes a través de los cuales esa idea es gestada, nutrida y finalmente dada a luz como sonido, como una canción que se proyecta al mundo. Es la representación perfecta de la alquimia de una banda: la unión de lo individual para crear algo colectivo y audible.

El arte del booklet interno expande este universo onírico y surrealista. Ros y Malerba buscaron provocar ‘una situación onírica’ mediante la yuxtaposición de pares de objetos con una relación sugerente pero no explícita: ‘la carne y el hueso, la pastilla y el efecto que te produce, el agua y los fósforos’. Estas imágenes buscaban generar una sensación de ‘sinsentido’ poético, reflejando las atmósferas líricas del álbum. Una de las imágenes más comentadas, la de unas esposas forradas en terciopelo, tenía una intención más directa y juguetona: era, según Malerba, ‘una metáfora del matrimonio, como una cárcel suave’, un guiño cómplice a la reciente vida personal de Cerati.

La tipografía espejada, aunque el propio Ros admitiría años después que fue un ‘pecado de juventud’ por seguir una moda pasajera, contribuyó a la estética general de dualidad y reflejo que impregna todo el proyecto, desde el concepto de ‘sueño’ y ‘stereo’ hasta la idea original de un disco doble.

El legado de un sueño eterno

Lanzado a mediados de 1995, “Sueño Stereo” se convirtió de inmediato en un éxito rotundo, prueba del inagotable ingenio de Soda Stereo. En apenas dos semanas alcanzó el estatus de disco de platino en Argentina y su impacto se replicó en toda Latinoamérica. La crítica lo aclamó como una obra cumbre, una percepción que el tiempo no ha hecho más que consolidar. Su consagración definitiva llegó cuando la revista Rolling Stone lo ubicó en el puesto 4 de su lista de los mejores álbumes en la historia del rock latinoamericano, una posición que lo sitúa incluso por encima de su aclamado “Canción Animal”.

Más allá de los rankings y las ventas, el verdadero legado de “Sueño Stereo” es haber sido el cierre perfecto para una carrera monumental. Permitió que la banda más grande del continente se despidiera no con el estruendo de una implosión, sino con la elegancia de una obra de arte madura, sofisticada y profundamente emotiva. Fue la prueba final de que, incluso en medio de la distancia y el dolor, la química entre Cerati, Bosio y Alberti era capaz de producir belleza. Como dijo el propio Gustavo, el álbum se convirtió en ‘uno de los discos más innovativos dentro de nuestra carrera, sin habérselo propuesto’.

“Sueño Stereo” está cumpliendo 30 años, y el último trance de Soda Stereo, aún vigente y atemporal, sigue marcando la forma en que las bandas latinas entienden que se puede fusionar el pop con la experimentación, lo masivo con lo introspectivo. El álbum no fue realmente un final, sino una transformación; fue el momento en que Soda Stereo trascendió su propio mito con “Sueño Stereo” para convertirse en un legado eterno: una colección de canciones que, como una fantasía recurrente, continúa reproduciéndose en perfecta sincronía multicanal en la memoria colectiva de todo un continente.

Este artículo es un contenido de NoEsFm

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